martes, 11 de marzo de 2008

LOST O LA ANTIÉPICA POSMODERNA

La pregunta, si se la puede llamar de tal manera, es siempre por dónde comenzar. Así Barthes lo asegura en un artículo no tan famoso como olvidado, y de la misma manera hemos de planteárnoslo nosotros. Lost es una serie en la cual, si hay algo que seduce, es justamente que los enigmas se reproducen en serie. Y he ahí la paradoja y he ahí el misterio del asunto. Desde La isla misteriosa de Verne hasta la placentera y turística aventura de un grupo de arcaicos personajes de thrillers norteamericanos (hemos de decir “arcaicos” por lo obsoleto de su prefiguración narrativa, no por su vestimenta a la moda), el efecto de los perdidos subyuga al espectador porque éste busca, en la repetición de las cosas, aquello que no encuentra habitualmente en la vida cotidiana. Se trata quizá de la seducción por la aventura y también de la seducción por el absurdo. Las soluciones al estilo deus ex machina brindan el consuelo de que todo es posible, tal cual lo planteaba otra de las series que hicieron época, aunque de una manera asaz bizarra: La dimensión desconocida. Por ende, la ilimitada posibilidad de la existencia abre las puertas, anonadadas por la globalización y las preocupaciones bancarias, a un sueño heroico, individualista, antiépico: la conquista, final y triunfal, de la imaginación del sujeto.

No es hora de reabrir el debate entre apocalípticos e integrados, entre otros motivos, porque ya carece de sentido. En esta era de instantaneidad y comunicaciones inútiles todos hemos llegado a ser, querámoslo o no, integrados. Coexistimos con la idiotez televisiva y la fórmula mágica del conocimiento a vuelo de pájaro, con los miles de tonos de los celulares de última generación y los folletines encapsulados para aplacar el hambre de rebeldía adolescente. Y henos aquí, como diría Benjamin, bajo la imagen de un simulacro de narrador, a falta de un viajero lenguaraz o un curioso impertinente.

lunes, 10 de marzo de 2008

FUNDAMENTO I

Una teoría semiótica debe escapar, por un mero principio de especificidad, del lugar común. Es dable pensar, en los intermedios de la posmodernidad o del discurso posmoderno, sea cual fuere el grado de pertinencia del término en relación con nuestra cultura sudamericana, que la noción de textualidad, aplicable desde los parámetros modernos sólo a una categoría canónica de textos escritos, abarca, a partir de la irrupción de la semiosis peirceana, otros ámbitos expresivos de carácter icónico, simbólico e indiciario. Léase, desde este punto de vista, el discurso de los medios y, de manera privilegiada, la sincronía de Internet, ya sea entendida como tecnología epocal o como simple simulacro. Inmersos, pues, en la representación ad infinitum, hipertextual e hipercodificada, una semiótica literaria o paracultural no puede, ni debe, omitir la incesante deriva del sentido en la virtualidad. Es por ello, que el presente de la disciplina, si es que ambos términos son compatibles y conjeturables, no implica meramente la mirada académica de los temas en cuestión, sino también su deslinde en las estrías de la imagen.